domingo, 1 de junio de 2014

Restauración: La retratabilidad del manual teórico

El restauro puede ser considerado una materia reciente comparado con otras teorías del ámbito científico; de acuerdo con Beatriz Kühl, la preservación de los bienes culturales como la entendemos en la actualidad, comenzó a perfilarse más claramente en el siglo XV, momento en que las obras más antiguas perdieron el carácter utilitario y pasaron a tener una motivación cultural. En ese sentido, los estudiosos reconocen que “…a partir de finales del siglo XVIII la preservación va a sistematizarse, asumiendo de forma gradual una mayor autonomía y consolidándose como un campo disciplinar autónomo.” 1

Sin embargo es significativo señalar que a finales del siglo XIX y a inicios del siglo XX, el valor artístico se impuso al valor histórico y pasó a ser determinante para las interferencias restauradoras, según lo señalado por Alöis Riegl en la obra “El culto Moderno a los Monumentos”. Con el paso del tiempo, el valor artístico de los bienes patrimoniales adquirió más relevancia en el área de la restauración y se pudo ver materializado en principios como la mínima intervención, la distinguibilidad y reversibilidad, los mismos que se consolidan en el siglo XX y pasan a ser el punto de partida de buena parte de las intervenciones en materia de restauro. Dichas premisas corresponden a los paradigmas que hoy sirven de guía para justificar las intervenciones en los objetos, cuyos valores no necesariamente se refieren a los de las obras de arte, sugeridos por la teoría. Se observa que en las últimas décadas, la ampliación del campo del patrimonio agregó otros tantos valores, con lo cual las cuestiones patrimoniales pasaron a ocupar un lugar de destaque sin precedentes, modificando significativamente las referencias respecto a lo que se quiere preservar, conservar y restaurar.2

Partiendo de la consciencia cultural adquirida durante el siglo XX, la teoría de Cesare Brandi (Teoría del Restauro) se destacó y se mantiene todavía como la principal fuente de referencia para las acciones de restauración. Sin embargo, es justamente a raíz del ensanchamiento del concepto de cultura que percibimos los hechos que se desarrollan en el espacio de tiempo comprendido entre finales del siglo XX  y comienzos del siglo XXI, en donde la teoría brandiana se convierte en herramienta limitada en cuanto a la justificación de las acciones aplicadas a la conservación de los bienes culturales.3

En la actualidad los objetos dispuestos a la restauración pueden presentar funciones tangibles o intangibles, y esta permeabilidad perturba con intensidades diferentes a los diversos actores que se relacionan con el objeto. Por otra parte, en el marco de la restauración se sugiere que ningún proceso es reversible y como el profesional tiene el deber ético de respetar la legitimidad de los grupos actuales y futuros, parece evidente que otra cuestión se impone, como es justamente la que aparece asociada a la toma de decisiones en la labor restauradora. En ese sentido emergen con fuerza otras disyuntivas, es decir ¿cuál es la labor del restaurador en los procesos actuales de salvaguardia de la memoria?
  
Gadamer resalta brillantemente la importancia del compromiso atemporal con todas las épocas del monumento, especialmente en el escenario de la ciudad global que es la ciudad hoy en día; “En  realidad,  la  supervivencia  de  los  grandes  monumentos arquitectónicos del pasado en la vida del tráfico moderno y de sus edificios plantea la tarea de una integración pétrea del antes y el ahora. Las obras arquitectónicas no permanecen impertérritas a, la orilla del río histórico de la vida, sino que éste las arrastra  consigo. Incluso cuando épocas sensibles a la historia intentan reconstruir el  estado  antiguo  de  un  edificio no pueden querer dar marcha atrás a la rueda de la historia, sino que tienen que lograr por su parte una  mediación  nueva  y  mejor  entre  el  pasado  y  el  presente.  Incluso el restaurador o el conservador de un monumento siguen siendo artistas de su tiempo.” 4

La tarea del restaurador es conocida por tomar parte importante de la responsabilidad del mantenimiento de los bienes, según la legitimidad que le concedan las colectividades. La experiencia ha resaltado la coherencia de las teorías contemporáneas de la restauración, según las cuales la posición óptima es aquella que cumpla de forma más equilibrada con un mayor número de funciones y que atienda a más usuarios, desde una óptica de satisfacer sensibilidades. El hecho es que cualquier intervención debe ser sustentada por principios éticos y por profesionales capacitados, que se mantengan en estado de constante profundización teórica y práctica. De esta manera, queda todavía otra cuestión igualmente relevante ¿Cómo se da el vínculo entre la teoría y la práctica de la restauración? ¿Acaso ese conflicto se ha considerado en la evolución que la temática presenta en el acelerado siglo XXI?


                             © Catedral, Mercè Zazurca. EDU SOTOS.


Citas:
1. KÜHL, Beatriz. (2006) “Historia y ética de la conservación y restauración de monumentos históricos". Revista CPC - USP, nº 1, p. 16-40.
2. CASTRIOTA, L.B. (2009) “Patrimônio Cultural. Conceitos, Políticas, Instrumentos". São Paulo, Annablume. p. 12.
3. VELLEDA, Karen; ÁVILA, Carlos. (2013) "La retratabilidad: La emergencia e implicaciones de un nuevo concepto en la restauración". Univ. de Málaga, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales. [online].
4. GADAMER, Hans-George. (1977) “Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica”. Traducción de Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito, Ed. Sígueme, Salamanca.

miércoles, 21 de mayo de 2014

La gestión de la identidad urbana


“¿Qué distingue a unas ciudades de otras?, ¿Qué hace que unas sean mortecinas y otras alegres? ¿Qué hace que unas sean salvajes y efervescentes mientras que otras son sobrias y sofisticadas? La edad, la geografía y la historia, (…) la relación con el interior del país, la variación demográfica, y también otros factores misteriosos e inexplicables” 1 A través de los años, la concepción de la valoración del patrimonio ha evolucionado hasta poder afirmar que hoy en día, la sociedad ha comenzado a comprender el valor social de los bienes culturales –en todas sus representaciones- como parte importante en la construcción y el fortalecimiento de la identidad de una comunidad.

Sin embargo, y como lo señala la arquitecta Silvia Fajre en su artículo sobre Patrimonio Cultural e Identidad Urbana del gobierno de Buenos Aires; existe  una faceta  poco profundizada: el valor económico y el potencial de los bienes de valor patrimonial como dinamizador de recursos, generador de empleo y como desarrollo económico. Bajo una perspectiva de utilizar el patrimonio como clave importante para preservar la identidad frente a la globalización -ya que este constituye un capital generado por el conjunto de la sociedad-, es vital no solo su protección sino también su incorporación en la totalidad de los aspectos referentes al desarrollo social y económico de una sociedad.

Por lo tanto, estamos hablando de una gestión de la identidad a través de la capacidad de potenciar los valores del patrimonio, en sus distintas escalas y de manera sustentable, ya que como cualquier recurso, su degradación o pérdida implica un  alto  riesgo social y económico. “La conservación, preservación, y sustentabilidad de  la oferta patrimonial, incrementa el capital social manteniendo la identidad y la memoria colectiva  a  nivel  local, optimizando las relaciones internas del tejido social  al mismo tiempo que  es generador de ocupación laboral y riqueza”. 2 Es difícil pensar que un factor tan clave para el desarrollo de la ciudad, no haya estado presente en las agendas políticas durante los últimos años. Lo cierto, es que tal retraso ha significado una política errada y una gran dispersión de esfuerzos, evidenciados en el resultado de programas aislados y difícilmente continuados por las diferentes gestiones, precisamente por la confusión de los aspectos puntuales.


Un desafío del planeamiento urbano es promover acciones orientadas a la gestión del carácter cultural de las ciudades, estableciendo los procesos de transformación de sus diversas estructuras espaciales y sociales; especialmente si se tratan de transformaciones precipitadas como las impulsadas por los cambios radicales de la economía o la política. En este contexto, se hace necesario el desarrollo de ámbitos de gestión, capaces de procesar esta dinámica de cambios y de contar con instancias autónomas y competentes, como el único camino para lograr la sostenibilidad del patrimonio urbano.

De la experiencia internacional se obtiene que especialmente en las últimas dos décadas, una gran cantidad de nuevos instrumentos de gestión se han utilizado para multiplicar las formas de viabilizar la recuperación urbana, especialmente en lo referente a la captación de recursos privados y a la creación de mecanismos de compensación o estímulo a los propietarios de inmuebles declarados de interés patrimonial.Además, otro factor que nos hace comprender la necesidad de unificar todas las variables necesarias para lograr la vitalidad, es el concepto del valor patrimonial de  áreas protegidas y no  sólo de edificios de valor. Por lo tanto, el conjunto de  los componentes del binomio vitalidad/soporte es  el que  debe  ser considerado por  la actividad pública de manera que  las políticas destinadas a  la conservación y revitalización de  áreas históricas, se realicen en forma conjunta con la actividad privada. Para ello es que desde el gobierno existe la necesidad de una política de gestión compartida con numerosas instituciones y organizaciones, así como con el ciudadano y sus actividades productivas.

En ese sentido, el recurso de la identidad es un factor que incide en todos los niveles de la dinámica social y económica de una sociedad y la importancia de su gestión habla de una planificación sostenida en el tiempo. Un recurso patrimonial acompañado de una gestión cultural interactiva, se presenta al mercado como oferta cultural mediante un camino de promoción y comercialización 4; y como la gestión de la identidad implica trabajar para lograr -o reforzar- una identificación profunda de los ciudadanos con su ciudad, con sus organizaciones y con los productos y servicios de la misma, también forma parte de todo sistema de definición del posicionamiento de la ciudad y de la gestión de su promoción exterior.


© Liz Sheppard


Citas:
1. Gunther, J (1974).
2. Fajre, Silvia. "Patrimonio cultural e identidad urbana -una gestión compartida para el desarrollo económico"-. pp 1-5.
3. PUC, Chile, (2009). Seminario "Gestión del Patrimonio Urbano" p. 6: de los criterios de evaluación del patrimonio y la experiencia internacional.
4. Fajre, Silvia. "Patrimonio cultural e identidad urbana -una gestión compartida para el desarrollo económico"-. pp 1-5.