jueves, 10 de enero de 2013

Centro histórico e identidad urbana

Definir identidad hace inevitable demandar el término de memoria. Esta última es la razón de ser de la otra, por lo tanto con las representaciones sociales, individuales o colectivas del pasado, se afirma o desaparece una identidad. La memoria es el principal nutriente de la identidad, 1 tal como afirma el antropólogo Joel Candau.Durkheim por su parte, define la memoria como la ideación del pasado, en contraposición a la conciencia –ideación del presente– y a la imaginación  prospectiva  o  utópica  –ideación  del  futuro,  del  porvenir-.2 En ese sentido, la memoria no se limita a registrar o reproducir el pasado de una manera mecanizada, sino que realiza un trabajo de selección, reconstrucción y a veces hasta de idealización de un pasado, siendo no solo representación sino también construcción.


Así como la identidad, la memoria también puede ser individual o colectiva. Ambas dentro de sus categorías presentan particularidades y diferencias; la memoria colectiva es la memoria de un grupo, pero entendiendo que es una memoria conectada entre los miembros del grupo. Existirá entonces una relación entre los dos tipos de memoria, ya que toda persona -memoria individual- se mueve, expresa y relaciona de acuerdo a los términos que le proporciona su cultura -memoria colectiva-. La memoria colectiva se aprende mediante procesos sociales a los que llamamos tradición, lo cual no es más que una muestra de la memoria que se va reafirmando y comunicando de generación en generación. Para garantizar su prevalencia, esta necesitará ser reactivada, pues por su carácter de memoria, corre el peligro de desaparecer con el tiempo, es por eso que las tradiciones se mantienen como tales, gracias al papel de las conmemoraciones y otras celebraciones que constituyen, una memoria colectiva en acción.3

A primera vista, la supervivencia de las sociedades se puede definir mediante la conservación de estos objetos o prácticas. El patrimonio entonces es una puerta más al pasado y conservarlo se entiende como la mejor forma de conservar nuestro pasado –identidad- para poder usarlo en el futuro. Esta lectura de la ciudad parece ser entendida bajo una postura puramente teórica, casi poética pues el lenguaje sentimental es el único medio con el que se puede entender los niveles de relación de pertenencia de los seres con el entorno edificado. Como define el doctor en humanidades Alejandro Araujo: “…la conservación de los recuerdos es una práctica entendida directamente desde imaginarios concretos que definen cómo es usado el pasado por cada sociedad o en forma más compleja, cuál es la experiencia de la temporalidad de cada sociedad”.4

Por lo tanto, las sociedades guardan en su génesis la clave de utilización del pasado. Sin embargo, y como afirman los historiadores (Nora, 1984:I:XV-XLII, Candau, 1998:127), no se debe confundir memoria con historia urbana, ya que “…la transmisión histórica difiere radicalmente de la transmisión memorial (…). Porque si bien es cierto que tanto la historia como la memoria son representaciones del pasado, la primera tiende a objetivarlo manteniéndolo a la distancia, mientras que la última tiende a fusionarse con él integrándolo a las estrategias identitarias”.5

Entendemos así que las representaciones que conforman el presente, fueron selecciones realizadas en su momento por presentes que  hoy conforman nuestro pasado. Ellos decidieron conservar un edificio, una plaza, una iglesia; porque veían en estos objetos parte del legado que dicho presente, quería dejarle al futuro. Bajo este razonamiento, un conjunto importante de monumentos, objetos y edificios, se decidió conservar para estimular y consolidar un espíritu de identidad nacional para diseñar la comunidad imaginada.

Los  antropólogos además, suelen  hacer  una  distinción  entre  memorias  fuertes  y memorias débiles. Según Candau, una memoria fuerte es una memoria masiva, coherente, compacta y profunda que se impone a la gran mayoría de  los  miembros  de  un  grupo,  cualquiera  sea  su  dimensión  o  su  talla.6 Se puede resaltar que este tipo de memoria genera identidades igualmente fuertes, estas suelen ser por ejemplo; la memoria religiosa de las iglesias y de las creencias, la memoria étnica, la memoria genealógica y otras más. La memoria débil es por el contrario, una memoria sin contornos bien definidos, difusa y superficial que difícilmente es compartida por un conjunto de individuos, cuya identidad -precisamente por ello-, resulta débil. Es justamente este tipo de memorias las que encontramos en la urbe, las cuales por ser tan débiles casi no se transmiten y su lectura es sumamente borrosa, sin embargo son las que definen la capacidad de relación de pertenencia de los habitantes con el espacio urbano. En ese sentido, no esperamos encontrar en la ciudad memorias colectivas fuertemente integradas, unificadoras y ampliamente compartidas, sino sólo memorias fragmentadas y precarias. Como observa Bourdieu, la pluralidad de las memorias es el corolario de una pluralidad de mundos sociales y de una pluralidad de tiempos, y es precisamente esto lo que encontramos en el espacio urbano. 7

Finalmente, la memoria e identidad son valores subjetivos, los distintos actores que intervienen en la ciudad tendrán diferentes percepciones, prioridades o valoraciones de acuerdo a sus respectivos intereses. Tratándose de valores intangibles, no cuantificables ¿es posible medir la identidad de un lugar? A simple vista pareciera tratarse de un asunto sumamente espiritual, pero la importancia de determinar cuáles son los valores de identidad de un lugar va más allá de obtener datos cuantificables, se trata de entender los sentidos materializados por la gente que lo habita, lo cual se localiza en la profundidad de un orden simbólico interiorizado y significa la imposición de la capacidad de simbolización de los pobladores frente a la presunta concepción de una ciudad por sus diseñadores o sus más neutros parámetros de referencia.


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Citas:  
   1. CANDAU, Joel, (1998). “Mémoire et identité, París, Presses Universitaires de France.”
2. DURKHEIM, Emile. (1953) “Sociologie et Philosophie, París, Presses Universitaires de France”
3. GIMENEZ, Gilberto. (2005) “Memorias, relatos e identidades urbanas”. p. 200.
4. ARAUJO, Alejandro. (2008) op. cit. “De los imaginarios a las prácticas. La conservación de los centros históricos: tensión y complejidad social”. Revista de Historia Internacional, CIDE, No. 35.
5. GIMENEZ, Gilberto. (2005) “Memorias, relatos e identidades urbanas”. p. 198.
6. CANDAU, Joel. (1998) op. cit. p. 
7. GIMENEZ, Gilberto. (2005) “Memorias, relatos e identidades urbanas”. p. 201.op. cit. Bourdieu, Pierre, 1997.


     


miércoles, 9 de enero de 2013

La ciudad como arte

La ciudad ah sido desde siempre el lugar proyectado. Cada individuo lleva consigo cualidades que lo diferencian, capacidades distintas de entender el entorno- lo pasado, lo presente- y por cierto lo futuro. Partiendo por aquí, la ciudad es la proyección de una mixtura de ideas; de modo que al acercarnos a la ciudad, no lo hacemos solo a su infraestructura física, si no que lo hacemos también hacia un conjunto de imaginarios personales y colectivos, a costumbres y visiones de afuera.

Por lo tanto, el estudio del comportamiento de la ciudad, no puede limitarse a una simple revisión de los elementos físicos como planos, mapas, fotos, audiovisuales y lo que usamos como instrumentos de urbanismo. La ciudad entendida, por ejemplo, desde la analogía del cuerpo  humano, es una unidad que está conformada tanto de elementos físicos como sentimentales-espirituales. El cuerpo humano, además de los órganos que lo conforman -lo físico- se vale de los sentidos -lo intangible- para completar la figura humana, es así que huele, sabe, mira, oye y se hace oír. Para obtener el estudio completo del estado real de un individuo no alcanza con una radiografía. La introducción de elementos del arte es fundamental en esta etapa, elementos que nos permitan entender la parte emocional, la intangible. 

Del mismo modo sucede con el estudio de las ciudades; la literatura, la psicología, la sociología son sólo algunas disciplinas que nos ayudan a introducir el concepto en esta nueva forma de comprender la ciudad. En este contexto, el ciudadano tiene el papel principal. Una ciudad no existe si no es percibida, esto a su vez nos expulsa a un inventor, aquel que tiene la capacidad de crearla y recrearla en su mente para hacer posible su existencia. Sin personas no existirían ciudades. En este contexto encontraremos en el individuo un personaje indispensable en el acercamiento al estudio de la ciudad.




Aspectos metodológicos:
Al hablar de ciudades, hablamos de pensamientos, de utopías, de sueños, de miedo y sensaciones, de cosas invisibles. Armando Silva, habla de la metáfora como recurso literario que se interpone a un entendimiento urbano. La metáfora nos ayudará a ver desde un punto de vista individual, una serie de problemas comunes o colectivos, dándole  un especial enfoque según la mirada personal. 

La metáfora se propone también para entender los problemas generales del mundo de hoy; su pasado y su presente, girando la mirada hacia algo más profundo y real, lo que se convierte en valiosa información al estudiar una ciudad sumergida en ese mundo. Entonces, el uso de elementos del arte es fundamental en este proceso. Las percepciones, los comportamientos, todo el carácter que forma una ciudad, necesitará de elementos psicológicos y sociales, porque después de todo la ciudad es un cúmulo de sensaciones, es arte y es real. Es en ésta parte donde aparecen los elementos propuestos como miradas reales ante problemas reales.